“Me miras, de cerca me miras, cada vez más cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde el aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio”
Julio Cortázar, Rayuela
¿Jugamos al cíclope? Se sentaban frente a frente con las piernas cruzadas detrás del cobertizo de los aperos y acercaban las cabezas hasta chocar las narices. Esa tarde habían jugado a las canicas y estaban sucios de polvo. El calor era tan absurdo que los adultos lo comentaban como algo novedoso a cada rato. Pero él no tenía calor. Estás horrible, pareces un monstruo, pues tú estás igual que Zahhak, mira que eres bobo, eres un crío, no soy ningún niño, ya tengo pelos en los huevos, anda ya, enano, seguro que ni se te empalma, ¿has besado a una chica alguna vez? A montones, sí seguro, si ni te afeitas todavía, y ¿tú has besado a una chica con lo feo que eres? A todas las amigas de mi hermana, tonto, a ver si sabes, ¿con lengua? Pues claro, ves cómo eres un niño. Ebrahim sintió que algo se desplegaba en su vientre, como si un pájaro quisiera echar a volar y cerró los ojos. Sus dientes chocaron torpemente contra los de Yousef y se preguntó qué hacer con las manos.Tras unos segundos haciendo remolinos en la tierra las puso en las rodillas de su mejor amigo. Sintió los pinchazos de los pelillos de su bigote y la punta de la lengua se abrió paso. Sabía a leche, almendras y miel. Yousef le desabrochó la hebilla de su cinturón y la enganchó con el suyo. Ahora eres mi prisionero, monstruo, a ver si te escapas. Ambos rodaron por la tierra entre sopapos y besos. Aquella noche soñó con pájaros que volaban al revés.
Cuando Ebrahim era pequeño su tío le trajo un regalo de su viaje por Europa. Era un pequeño proyector de plástico azul con dos rollos de películas de animación. Lo usó tanto que los rollos acabaron por romperse. Ahora, sentado en un banco del patio de la prisión se pregunta si la película del primer beso con Yousef que obsesivamente proyecta en su mente se habrá desgastado tanto como la cinta del Pato Donald y es su imaginación la que añade miel, moscas y tierra. Ha pedido fumarse un cigarrillo solo. Ha rechazado una última comida. Cuando el funcionario le dice que ya es la hora apura la colilla y se abraza a él. Este le ha atizado con menos saña y alguna vez le ha dado un puñado de pistachos. No me toques, maricón. Ebrahim se aparta, se pone derecho y sonríe con desgana.
Con ritmo cansino recorre, uno tras otro, los escasos metros que le conducen al cadalso. Ha venido gente de todas partes, pero él prefiere mirar sus zapatos. Diez escalones le separan ahora del sitio en el que va a morir.
qué escena más bonita!